SINGER, ISRAEL YEHOSHUA. De un mundo que ya no está. Barcelona: Acantilado, 2020, 309 pp.
Luis Aragón González *
De un mundo que ya no está es un texto póstumo autobiográfico del escritor de origen polaco Israel Yehoshúa Singer (1893-1944), hermano de Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura en 1978, y de la escritora Ester Singer Kreitman. Forma parte de un proyecto narrativo más amplio que se vio truncado por la muerte de su autor a la edad de 51 años. Su propósito era relatar su infancia y continuar hasta que llega a Estados Unidos en 1933. De su ambicioso plan literario solo llegó a ver la luz este primer volumen que se cierra cuando su protagonista todavía no ha cumplido 13 años y la familia abandona Lentshin. En este libro, escrito en yiddish, se fotografía un mundo ya extinto. Se nos pinta la vida del autor, su niñez y entrada en la adolescencia, y el ambiente no pocas veces asfixiante que se respiraba en las comunidades judías denominadas shtetl.
No podemos sumergirnos en la lectura de estas páginas sin el lacerante pensamiento de que aquella cultura judía con sus habitantes fue arrasada por la acción devastadora del nazismo. Israel Singer trae de este modo a la memoria una cultura en gran medida perdida para siempre por obra de la pulsión tanatológica de Hitler. Textos como este o la maravillosa evocación de Soma Morgenstern, En otro tiempo. Años de juventud en Galitzia oriental (1), hace tiempo traducido a nuestro idioma, nos acercan el día a día de unas gentes cuyas vidas discurrían en estas aldeas cargadas de religiosidad y superstición. No estamos, pues, sólo ante los recuerdos personales de su autor y de su tormentosa relación con una tradición religiosa familiar que le exigía cumplir con las numerosas prescripciones sagradas sin poder deleitarse en inocentes juegos con sus iguales, sino que también tenemos la posibilidad de reconstruir la vida en estas comunidades. Nos habla de sus principales instituciones como son la escuela religiosa primaria, jéder, dirigida por el maestro, melámed, en la que los niños aprendían las primeras letras y la vida en la sinagoga, centro nuclear de los creyentes; de las diferencias sociales entre los individuos; del lugar asignado a las mujeres, dedicadas a las faenas del hogar y crianza de los hijos, excluidas del conocimiento; de la relevancia de las fiestas de Purim, Pascua, Yom Kipur, etc., que marcaban el ritmo de la comunidad; de los variados oficios que ocupaban a sus gentes o de la tensa convivencia entre religiones con periódicos estallidos de violencia contra la minoría judía. De un mundo que ya no está es la crónica de un rico pasado que quiso ser borrado de la historia y que documentos como este, cuyo valor histórico es indudable, salvaron de la destrucción.
El libro se reparte en 22 estampas rebosantes de vitalidad. Israel Singer es educado en una familia piadosa. Sus primeros recuerdos se remontan a los dos años en Bilgoray, su ciudad natal, el día de la coronación del zar Nicolas II, rey de Polonia. Más tarde, se traslada a la pequeña localidad de Lentshin en la que su padre ejercerá de rabino por no haber aprobado el examen de ruso como establecía la ley lo que le hubiera permitido desempeñar su ministerio en pueblos más grandes en los que su prestigio e ingresos habrían aumentado. Su obstinación por no obtener el título oficial condicionará la precaria situación económica de la familia y tensionará la convivencia entre los padres de Israel Singer, y entre estos y la familia materna. Las largas y felices vacaciones estivales en casa de los abuelos maternos en Bilgoray implicaban salir de la atmósfera triste y sombría que se respiraba en Lentshin para adentrarse en un universo familiar concurrido y palpitante. Las dos estancias de Bilgoray que organizaban la casa eran el despacho en el que el abuelo estudiaba los textos sagrados y recibía, como juez, a los judíos que venían a plantearle cuestiones de naturaleza jurídica, y la cocina donde la abuela se ocupaba de la organización de la extensa familia.
El padre de Israel Singer es descrito como una persona ingenua e idealista, carente del más mínimo sentido práctico para la vida, a diferencia de su madre, mujer culta y reflexiva que vio frustradas sus aspiraciones intelectuales, que se desvivía por hallar la manera de sacar adelante la familia, afectada de una permanente penuria material. Enfrascado en el estudio de la Torá y en la producción de anotación de comentarios e interpretaciones personales, atendiendo a su vez las funciones propias de su rabinato, como presidir ceremonias o dirimir disputas legales que le exponían los habitantes del shtetl,Pinjas Mendel confiaba ciegamente en el socorro divino cuando las circunstancias apretaban: “`Con la ayuda de Dios, todo saldrá bien´ era su dicho favorito cada vez que las cosas iban mal” -pág. 32. Su fervor religioso, su optimismo inquebrantable, su confianza insobornable en las personas quedan de manifiesto en uno de los capítulos más apasionantes, aquel en el que se anuncia la fecha de la venida del Mesías y el traslado de los judíos a la Tierra de Israel. Todos los signos confluían en la inminencia de la liberación de la sujeción a los cristianos, poniéndose término a las penalidades y sufrimientos que el pueblo elegido había venido padeciendo. El final de los tiempos se acercaba. Tales eran las expectativas generadas y el ambiente de júbilo que extasiaba a la comunidad que hubo quien abandonó sus labores cotidianas, consideradas intranscendentes, ante la ansiada redención. Pero el año esperado concluyó y nada de lo que estaba anunciado sucedió. El shtetl entró en un estado de abatimiento y desconcierto. El cielo no se había abierto y el Mesías no había descendido, si bien, la fe del joven Israel Singer en los textos sagrados se había resquebrajado y jamás volvió a ser la misma.
La vida de Israel Singer debía estar marcada por el acatamiento de los mandamientos religiosos. Su respuesta negativa a la ortodoxia jasídica no tardó en manifestarse. Desde que empieza a los tres años la escuela primaria se revela su carácter díscolo al cumplimiento de las normas sagradas que como judío e hijo de rabino estaba llamado a respetar. Prefería a los deberes religiosos, jugar al aire libre, correr por el campo el día sagrado, juntarse con los chicos de otra clase social e incluso pelearse entre sí. En lugar de corresponder al destino que sus padres le habían reservado, como era centrarse en el estudio de la Torá, el joven Singer disfrutaba del espectáculo que le ofrecía la naturaleza y en cuanto se le presentaba la menor oportunidad aparcaba los libros para lanzarse a explorar el mundo, desoyendo las advertencias paternas. La pasión de Israel Singer no estaba en el análisis de los textos sagrados sino en abrazar la vida que bullía a su alrededor: “Todo mi ser estaba en el exterior, añorando la libertad, la tierra, el agua, los animales, las personas, el curso de la vida” -pág. 180.
En otro orden de cosas, las relaciones entre judíos y cristianos no eran pacíficas. A pesar de ser vecinos, su existencia transcurría de forma paralela. Los brotes de violencia contra los judíos por parte de los habitantes locales no eran infrecuentes. Los judíos de Lentshin vivían en un estado de constante hostigamiento. No se necesitaba mucho para que la población local provocara un incidente que atentara contra las personas o bienes judíos. En cualquier momento, saltaban las delicadas costuras que mantenían unidas a ambas comunidades. Los judíos, que compartían una tradición religiosa secular custodiada celosamente, albergaban la esperanza de que pronto terminaría su exilio y se instalarían en la Tierra prometida. Israel Singer expresa esta violencia normalizada: “Después de tantos años oyendo injurias de los chicos gentiles y escuchando el humillante grito de ´bastardos judíos´, y de tantos años temiendo a los guardias y a los comisarios, lo que yo tenía era enormes ganas de convertirlos en mis esclavos” -pág. 274.
En una ocasión se propagó el bulo de la desaparición de un niño cristiano en Semana Santa, época del año en que por su significado los cristianos intensificaban su odio a los judíos. El antisemitismo generalizado propiciaba la extensión de este tipo de falsedades. Como consecuencia de ello, varios judíos fueron agredidos. Finalmente se supo que el origen de esta patraña era la venganza de un suabo cristiano por no haber sido contratado como goy para la realización de los trabajos que los judíos tenían prohibido llevar a cabo en el shabat. Israel Singer se hace además eco de un pogromo ocurrido en 1906 en la ciudad de Bialystok del que tuvieron conocimiento las gentes de Lentshin por la prensa: “Niños y ancianos habían sido asesinados a hachazos; a mujeres embarazadas les habían rajado el vientre” -pág. 266. Hoy sabemos que fueron masacradas más de 80 personas y que en este episodio de súbita furia se saquearon las casas y tiendas de judíos.
La magia es un componente esencial de la religiosidad de los habitantes del shtetl. Cuando alguna desgracia, como una enfermedad, sobrevenía a una familia era frecuente atribuirla a un hechizo por lo que se dirigían al curandero con el fin de que conjurara el mal de ojo. Destaca también la presencia de los “nietos”, jóvenes sin oficio ni beneficio que se desplazaban de una aldea a otra vendiendo sus amuletos e impartiendo sus bendiciones.
De la pluma de Israel Singer desfilan ante nuestros ojos una multitud de personajes variopintos que poblaban el shtetl de Lentshin o de Bilgoray, entre otros muchos, su primer melámed, Meir, un lunático que perdía el control en sus múltiples accesos de ira o el también maestro Mijael David quien celebrando la festividad de Purim quedó tuerto en un accidente; Yehoshua, el terrateniente que sometía a sus trabajadores judíos a unas condiciones de esclavitud y miseria; Pese, la adolescente que alumbró un hijo bastardo; aquel joven que fue repudiado por la comunidad cuando se convirtió al cristianismo y en la celebración del Jueves Santo abría la procesión portando la cruz para escándalo de sus ex correligionarios, o el anciano Bóruj Wolf quien provocaba hilarantes carcajadas en los estudiantes con sus inagotables historietas en las que exageraba sin medida sus anécdotas de juventud.
No cabe sino alegrarse de la publicación de testimonios como este, por desgracia no abundantes en lengua castellana, que refieren en primera persona cómo se vivía y se sufría en las comunidades judías del Este de Europa. Es de agradecer igualmente que la editorial Acantilado incorpore un glosario de términos en hebreo y en yiddish de gran ayuda para el lector.
BIBLIOGRAFÍA
- Morgenstern S. En otro tiempo. Años de juventud en Galitzia oriental. Barcelona: Minúscula, 2005.
* Doctor en Filosofía.
Se lo puede contactar al correo electrónico: larg0002@gmail.com
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