Reproducido de Cuadernos FAES de Pensamiento Político. Agradecemos su permiso de publicación[1]
Sultana Wahnón
Entre los diversos intelectuales de izquierdas que en los últimos tiempos han recibido reproches y acusaciones de antisemitismo, se encuentra la estadounidense Judith Butler, autora de prestigio internacional, muy conocida y leída por sus aportaciones tanto a la teoría de género como al pensamiento político, cuyo origen y formación judías, de los que ella misma suele hacer gala, dificulta todavía más, en su caso concreto, entender en qué sentido se estaría hablando de antisemitismo. Para algunos de los que han opinado sobre este asunto en fechas recientes, se trataría de una simple confusión entre la crítica a Israel y el “odio a los judíos”, y, por consiguiente, Judith Butler no sería sino una víctima de los efectos del “discurso que ve antisemitismo por doquier y que busca acallar la opinión libre”.[2] El objetivo del presente trabajo es, por eso, dar cuenta de los motivos que ciertamente existen, aunque no sean fáciles de percibir, para establecer un claro vínculo entre esta autora y las modalidades más actuales del antisemitismo o judeofobia, con las que, al igual que otros intelectuales de la llamada izquierda global, ha venido manteniendo una relación de complicidad, sostenida a lo largo de muchos años.
Aunque no era la primera vez que Judith Butler se expresaba en relación con el conflicto palestino-israelí, la opinión que le valió la acusación de antisemita fue la que emitió en 2006 en el marco de un evento celebrado en su Universidad, la de Berkeley, que acabó circulando en vídeo por las redes sociales y alcanzando, por eso, difusión mundial. Por las fechas en que esto ocurrió, Hamás no había perpetrado todavía la terrible masacre del 7 de octubre, pero sí otros muchos atentados, entre ellos el conocido como “masacre de Netanya”, una indiscriminada matanza de civiles judíos, muy similar en esencia y fines, aunque no en número de víctimas, a la ocurrida en la frontera de Gaza hace unos meses.[3]. Sin embargo, a pesar de estos muy conocidos hechos, cuando a Judith Butler le pidieron su opinión sobre Hamás y Hezbollah, dio la siguiente e inequívoca respuesta: “Sí, entender a Hamás y Hezbollah como movimientos sociales que son progresistas, que son de izquierda, que forman parte de una izquierda global, es extremadamente importante”.
Tras enfatizar así la importancia de entender a Hamás y Hezbollah como movimientos progresistas y de izquierda, Butler aclaró enseguida que esta consideración no era óbice para que se pudieran criticar “determinadas dimensiones de ambos movimientos”. De todas las dimensiones que podría haber mencionado -el islamismo radical, la judeofobia, etc.-, la autora seleccionó solo una, la “violencia” (evitó hablar de terrorismo), sin que su mención, por otra parte, fuera seguida de una rotunda expresión de rechazo o condena por su parte. En lugar de eso, se limitó a señalar la posibilidad de que “aquellos de nosotros que estamos interesados en las políticas no-violentas planteemos la cuestión de si existen otras opciones además de la violencia”. Quedaba bastante claro, por tanto, que, personalmente, Butler habría preferido que usasen otros métodos, pero también que esta elección por parte de los dos movimientos no le parecía argumento suficiente para excluirlos de la izquierda global y del progresismo, sino solo, si acaso, para llamarles la atención y recordarles que existían otras opciones. Se entiende así que, incluso después de haber expresado esta reserva, la autora siguiera insistiendo en la importancia del “compromiso” (crítico) con estos dos movimientos, que, en su opinión, y con independencia de lo antedicho acerca del uso de la violencia, debían ser incluidos en “la conversación de la Izquierda”.Butler terminó, por último, haciendo referencia a otra de las formas posibles de oposición a Israel, la de los boicots y los procedimientos de desinversión (BDS), hacia los que no expresó, en cambio, la menor reserva y de los que dijo que eran “un componente esencial de cualquier movimiento de resistencia”.[4]
Posteriormente la propia Butler trató de matizar las declaraciones que acaban de comentarse, si bien sin desdecirse de ellas ni rectificar de manera profunda. Lo hizo así, por ejemplo, en 2012, cuando algunas organizaciones judías protestaron por que se le hubiera concedido el Premio Theodor W. Adorno en la categoría de Filosofía. En nuevas declaraciones, esta vez por escrito, la autora resumió y replicó así a las razones de sus adversarios: “Las acusaciones contra mí son que apoyo a Hamás y Hezbollah (lo que no es cierto), que apoyo al BDS (parcialmente cierto) y que soy antisemita (evidentemente falsa)”.[5] Tras tacharlas de “acusaciones difamatorias y sin ningún fundamento”, Butler se defendió, en primer lugar, de la que le parecía más injusta: la de antisemitismo.
El argumento que esgrimió para ello fue el de su propio origen y formación judía. Tras recordar a los lectores que ella misma era judía, descendiente de judíos europeos y hasta de víctimas del genocidio nazi, informó también de que, como tal, había recibido una “educación judía”. Bajo la tutela del rabino Daniel Silver en el templo de Cleveland (Ohio),[6] había desarrollado -explicó- “fuertes convicciones éticas basadas en el pensamiento filosófico judío”, que resumió en dos: la de que había que oír el llamado a “responder y mitigar el sufrimiento” y la de que no era aceptable “permanecer en silencio ante la injusticia”. De estos principios eminentemente judíos se derivaban, por tanto, vino a decir, sus críticas a Israel. Cada vez que ella denunciaba “la ocupación, las prácticas de detención indefinida y el bombardeo de poblaciones civiles”, no estaba, pues, sino expresando los “valores” más propiamente judíos. Según lo entendía ella, sus críticas a Israel la convertían incluso en “defensora y continuadora de una tradición ética judía, que incluye figuras como Martin Buber y Hannah Arendt”.
Como luego se verá, hay razones para no dar el menor crédito a este último aserto. Aunque Buber y Arendt fueron críticos, ciertamente, con determinados aspectos y actuaciones de la política israelí de su momento, la sistemática oposición de Butler al Estado de Israel bebe mucho más directamente de otras tradiciones más recientes: la del pensamiento palestino y árabe en general (Edward W. Said, Talal Asad), la del antiimperialismo de la izquierda clásica estadounidense (Noam Chomsky), la de la nueva izquierda proislamista (Susan Buck-Morss) y la de los nuevos historiadores israelíes (Ilan Pappe), entre otras.En cualquier caso, y sean cuales sean sus fuentes de inspiración, los grandes valores éticos que, según Butler la obligaban a desmarcarse de la política israelí, desglosada con tanto detalle en cada una de sus modalidades -“ocupación”,[7] detenciones, bombardeos-, no parecían tener el mismo peso en su conciencia cuando de lo que se trataba era de describir y enjuiciar las acciones de los movimientos yihadistas. En lo relativo a Hamás y Hezbollah, la autora volvió a cuestionar solo, y de forma muy general, sus “prácticas de resistencia violenta”, pero sin mencionar ni una sola de las políticas o actuaciones con las que esos movimientos estaban causando sufrimiento a la población israelí y cometiendo injusticias con ella y con los propios palestinos: no habló, pues, ni de los atentados suicidas, ni del lanzamiento indiscriminado de cohetes Qassam, ni tampoco de su boicot a las negociaciones de paz. Su silencio a este respecto contrastaba enormemente con su elocuencia a la hora de hablar de las injusticias y sufrimientos causados por el Estado de Israel. Y, aunque esta vez dejó mucho más claro su rechazo a la violencia de Hamás, lo hizo situándolo en el marco de su oposición general a todo tipo de violencia y dejando constancia, como había hecho ya en Marcos de guerra,[8] de que, a su juicio, la cultivada por estos grupos no era peor que otras. Sus palabras exactas, que pretendían ser equidistantes, fueron: “No apoyo las prácticas de resistencia violenta y tampoco la violencia del Estado, no tienen derecho y nunca lo tuvieron”.
En cuanto a sus anteriores afirmaciones sobre el carácter progresista y de izquierdas de estos movimientos, la autora trató de matizarlas sin tener que desdecirse de ellas. Explicó, por eso, que, al afirmar en 2006 su pertenencia a la izquierda global, se había limitado a hacer un juicio “meramente descriptivo”: “Estas organizaciones políticas –sostuvo- se definen como antiimperialistas, y el antiimperialismo es una característica de la izquierda global, por lo que sobre esa base se podrían describir como parte de la izquierda global”.[9] A decir de la autora, esto no conllevaba, en cambio, ningún juicio de valor: “Que esas organizaciones pertenecen a la izquierda global –argumentó- no quiere decir que deben pertenecer, o que las respaldo o apoyo de alguna forma”. Manteniéndose así en una ambigüedad calculada, Butler no rectificó su tesis anterior: la de que Hamás y Hezbollah eran antiimperialistas (luego, progresistas) y pertenecían, por tanto, a la izquierda global. Introdujo solo una duda en cuanto a su posible valoración del supuesto hecho, pero sin llegar a explicitar que fuese negativa y que, por tanto, ella creyera que no debían pertenecer. Tampoco afirmó ni negó que las respaldase o apoyase.
Toda esta argumentación descansaba, además, en un supuesto engañoso: el de que ella se había limitado a describir un hecho sin valorarlo. En realidad, y según se ha visto aquí, lo que hizo Butler en 2006 fue expresar un desiderátum: era ella la que insistía, ante un público algo renuente, en la “importancia” de que a esos dos movimientos se los considerase progresistas y de izquierda y se los incluyese dentro de la conversación de la Izquierda. No es cierto, por tanto, que su juicio de 2006 hubiera sido meramente descriptivo, y, por lo mismo, no habría sido posible, de ningún modo, que los que escucharon o leyeron sus declaraciones de entonces hubieran podido inferir la distancia entre el ser y el deber ser a la que luego apeló la autora -con la intención, mucho más clara esta vez, de desmarcarse de los procedimientos empleados por las dos organizaciones en cuestión, pero sin desdecirse de su idea primigenia de que fueran organizaciones de izquierda.
En cuanto al apoyo al BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), la autora reconoció que se trataba de una acusación parcialmente cierta. Según se infiere del texto de 2012 que estoy comentando, lo entendía así porque ella, personalmente, solo apoyaba (en el sentido de poner en práctica) algunas de las actuaciones propias del movimiento, pero rechazaba (no ponía en práctica) otras. Por ejemplo, su apoyo al boicot a las universidades israelíes era una realidad, pero solo parcial, dado que, reconoció, se negaba a hablar en instituciones israelíes que no adoptasen “una postura firme en contra de la ocupación”, pero, por otro lado -y en lo que trató de presentar como una diferencia respecto del BDS-, se negaba a discriminar a los israelíes por el simple hecho de serlo y mantenía, por consiguiente, “estrechas relaciones de colaboración con muchos académicos israelíes” (no especificó si también en este caso bajo el requisito de que adoptasen una postura firme en contra de la “ocupación”).[10] En cualquier caso, el hecho de que la autora no pusiera en práctica todas las posibles modalidades de boicot y desinversión preconizadas o cultivadas por el BDS no quiere decir, en mi opinión, que no brindase un completo y decidido apoyo (en el sentido de aval y respaldo) al movimiento en general, tal como se infiere de su elogiosa descripción del mismo como “el mayor movimiento no violento, cívico y político que trata de establecer la igualdad y los derechos de autodeterminación para los palestinos”. Se ve, pues, que tampoco en este caso podría hablarse de una defensa demasiado convincente por parte de Butler: al acusarla de apoyar al BDS, sus detractores no habían faltado, desde luego, a la verdad.
Nótese, pues, que, en la representación (es difícil decidir si falsa o imaginaria) que Butler se hacía de todas estas organizaciones -las yihadistas y el BDS-, la violencia desatada contra Israel en las últimas décadas se presentaba siempre varios grados por debajo de lo real: Hamás y Hezbollah no eran organizaciones terroristas, sino movimientos de resistencia que hacían uso de prácticas violentas -más claramente rechazadas en 2012 que en 2006; y el BDS no era un movimiento de violenta oposición a Israel, sino un legítimo representante de la política de no-violencia por la que ella misma abogaba.
Para decidir si estos juicios y valoraciones guardan alguna relación con el antisemitismo, ya sea en el sentido clásico o actual del término, hay, necesariamente, que atender a la naturaleza y características de los movimientos así legitimados (Hamás y Hezbollah) o apoyados (BDS) por la autora. En lo relativo a Hamás, único del que trataré aquí,[11] Butler insistió, de forma repetida, durante varios años, en presentarlo como movimiento de “resistencia” y como parte de la izquierda global. Esgrimió para ello su presunto antiimperialismo (en realidad, anti-occidentalismo), punto en común con la izquierda que, al parecer, la obligaba -a pesar de sus valores judíos- a guardar un sepulcral silencio sobre el resto de sus principios ideológicos. La autora no dijo nada, por ejemplo, acerca de su radical islamismo, pasando así por alto un principio explícito de su Carta Fundacional, donde Hamás se autodefinió como un movimiento “palestino”, pero aclarando enseguida que su “fidelidad” mayor era la debida “a Alá”. Lejos, pues, de presentarse al mundo como un grupo progresista, deseoso de participar en la conversación de la izquierda global, los fundadores de Hamás habían dejado expresa constancia de que su “forma de vida” era el Islam y de que su proyecto no era otro que “izar la bandera de Alá en cada centímetro de Palestina”.[12] Y lo que esto significaba -y Butler debía (de) conocer- era que Hamás no se oponía a tal o cual política israelí, o a tal o cual asentamiento, sino a la existencia misma de Israel, al que el preámbulo de la Carta no reservaba otro destino que no fuera el de la destrucción: “Israel existirá, y continuará existiendo, hasta que el Islam lo destruya, de la misma manera que destruyó a otros en el pasado”.
Este proyecto de destrucción no tenía, por otro lado, nada que ver con el supuesto antiimperialismo que Butler atribuyó al movimiento. Si Hamás se oponía a la existencia de Israel, se debía a su convicción de que Palestina entera era “tierra islámica”, un Waqf (posesión sagrada) destinado a “las futuras generaciones musulmanas hasta el día del Juicio” y al que, por consiguiente, nadie podía renunciar ni abandonar, ni en todo ni en parte: “La liberación de Palestina -rezaba el artículo 13- constituye una obligación individual para cada musulmán donde quiera que se encuentre”. En cuanto a los métodos con que planeaba llevar a cabo esa tarea, lejos de ser opcionales y estar sujetos a discusión con la izquierda global, solo podían ser, siempre y necesariamente, violentos, a través únicamente de la Yihad (en el sentido menos espiritual y más bélico del término). Así lo estipulaba, entre otros, el artículo 15 de la Carta: “El día que los enemigos usurpan parte de la tierra musulmana, se convierte la Yihad en la obligación individual de todo musulmán”. Y mucho más todavía el artículo 13, donde Hamás expresó su rotundo rechazo a cualquier propuesta de solución pacífica del conflicto con Israel:
Las iniciativas [de paz], y las llamadas soluciones pacíficas y conferencias internacionales contradicen los principios del Movimiento de Resistencia Islámica (…) Estas conferencias no son más que un medio para designar infieles como árbitros en las tierras del Islam… No existe ninguna solución al problema palestino sino por medio de la Yihad. Las iniciativas, las propuestas y las conferencias internacionales no son sino una pérdida de tiempo, un ejercicio inútil.
De este elocuente párrafo lo único que, al parecer, retuvo Judith Butler fue la expresión “Movimiento de Resistencia”, que transmitió a los lectores tal cual, sin complementarla con ninguna información acerca de la clase de “resistencia” preconizada por Hamás ni de los objetivos que perseguían con ella. Tampoco informó ni se pronunció sobre otro de los componentes centrales de su ideario: el antisemitismo, concepto que, en el caso del movimiento yihadista, puede usarse sin temor a confusión, por cuanto que la hostilidad de este grupo iba dirigida no solo contra Israel, sino contra todos los judíos del mundo. Inscribiéndose así, muy tempranamente, en lo que se conoce como nuevo antisemitismo o nueva judeofobia,[13] el artículo 7 de la Carta describía el conflicto palestino-israelí en términos religiosos, como lucha eterna entre “musulmanes” y “judíos”: “El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes no luchen contra los judíos y les den muerte”. El llamado a la yihad contra los judíos se justificaba, además, con una serie de argumentos característicamente antisemitas, muchos de los cuales parecían directamente extraídos del Meim Kampf: la Carta los acusaba, por ejemplo, de acumular “abundantes e influyentes riquezas materiales” y de controlar con ellas “los medios mundiales de comunicación”. Además, según Hamás, los judíos habían sido los incitadores de todas las grandes revoluciones occidentales -la francesa, la comunista-, y con su dinero habían formado “organizaciones secretas” como la masónica, el Club Rotary y el de los Leones. También habían estado “detrás de la Primera Guerra Mundial”, de la fundación de “la Liga de las naciones, a través de la cual pueden controlar el mundo” y de la Segunda Guerra Mundial, por medio de la cual “lograron grandes ganancias financieras” (ninguna alusión, por supuesto, al genocidio nazi). Para estos renovados antisemitas, lo peor no era, con todo, lo que los judíos habían hecho en el pasado, sino lo que estaba por venir, ya que, según sostenía el artículo 32 de la Carta, su proyecto no era otro que el de la expansión y dominación mundial: “La trama sionista no tiene fin, y después de Palestina, aspirarán a expandirse desde el Nilo hasta el Éufrates. Cuando hayan terminado de apropiarse de la zona en la que pusieron sus manos, seguirán adelante para continuar su expansión”. Los redactores explicaban, por último, que, si sabían de estos proyectos, era porque todo había sido dado a conocer en “los Protocolos de los Sabios de Sión”.[14]
Cuando Butler trató de defenderse de las acusaciones de antisemitismo, otro de los argumentos que esgrimió, junto con el de su identidad judía, fue el de que ella misma había publicado algún trabajo “contra el antisemitismo en Alemania”.[15] No cabe, por tanto, suponerla ignorante de los principales temas y motivos del ideario nazi, ni tampoco incapaz de reconocerlos en el texto de la Carta que acaba de comentarse. Pese a esto, la autora no creyó necesario, ni en 2006 ni en 2012, reprobar o censurar estas otras dimensiones, las más ideológicas, de Hamás, sobre las que guardó un completo silencio a pesar de su evidente injusticia para con los judíos y del sufrimiento que estaban causando a los ciudadanos israelíes. No debe extrañar, por tanto, que lectores informados dieran la voz de alarma y alertasen al público sobre el carácter antisemita de sus declaraciones sobre Hamás, que, sin ser abiertamente judeófobas en sí mismas -puesto que la hostilidad de Butler tiene siempre por objeto a Israel, nunca a los judíos-, sí lo eran, en cambio, en razón de su complicidad con una organización manifiestamente antisemita.
Que Butler guardase silencio sobre estos aspectos de Hamás no tiene, por otra parte, ningún precedente en la tradición ética judía a la que decía adscribirse. Por ceñirnos al caso de Hannah Arendt, esta autora jamás pasó por alto la contribución del lado árabe (en su tiempo palestinos eran todos, los árabes y los judíos) a la imposible resolución del conflicto. En “Salvar la patria judía”, artículo de 1948, cuyo título sería impensable encontrar reproducido en la obra de Judith Butler, la pensadora alemana no ocultó, por ejemplo, que la decisión árabe de “evacuar ciudades y poblaciones enteras antes que permanecer en territorio dominado por los judíos” (la “catástrofe” o Nakba de la que hoy se culpa exclusivamente a Israel) revelaba “con más eficacia que todas las proclamas la negativa árabe a llegar a compromiso alguno”.[16] A esta misma oposición se refirió también en el artículo de 1950, “¿Paz o armisticio en Oriente Próximo?”, donde, tras recordar que los árabes habían “sido hostiles a la construcción de una patria judía casi desde el principio”, se refirió abiertamente a algunas de las acciones con las que, antes incluso del establecimiento del Estado, habían evidenciado esa hostilidad: “El levantamiento de 1921, el pogromo de 1929, los disturbios de 1936 a 1939…”.[17] Y, aunque ciertamente fue muy crítica con algunos aspectos del sionismo, no lo fue menos con “el cariz fascista creciente” que, a su juicio, estaban adoptando los “movimientos nacionales” de los países árabes.[18] Nada, pues, comparable a la crítica de Judith Butler, que, durante décadas, se ha dirigido exclusivamente contra el sionismo y el Estado de Israel sin dar cabida, en cambio, a la menor expresión de desacuerdo con el lado palestino del actual conflicto.
Algo parecía haber cambiado, sin embargo, tras el ataque del 7 de octubre en la frontera de Gaza. En un artículo publicado ese mismo mes de octubre con el título de “The Compass of Mourning”, Butler no se limitaba ya a “no apoyar” las acciones de Hamás, sino que las condenaba abiertamente, refiriéndose a ellas en términos de “una masacre aterradora y repugnante”.[19] Como estableciendo un diálogo consigo misma, la autora advertía, además, de que esta condena no tenía nada de “ambigua” y de que, al emitirla, estaba tratando de dejar “en claro una posición moral y política”. Y, de manera consecuente, se negaba incluso a secundar el argumento del Comité de Solidaridad con Palestina de Harvard según el cual “el régimen de apartheid” era “el único culpable” de los ataques de Hamás contra objetivos israelíes, insistiendo, por su parte, en que “nada debería exonerar a Hamás de la responsabilidad por los horrendos asesinatos que perpetró”.
Se trataba, sin duda, de un giro importante en la trayectoria de Butler, quien, ante la evidencia del asesinato en masa perpetrado por Hamás, abandonaba su tradicional ambigüedad en sus relaciones con el movimiento yihadista, decidiéndose por fin a condenarlo sin ambages. También era, posiblemente, la primera vez en la que Judith Butler llamaba a “llorar” todas las vidas, tanto las palestinas -que son las que, tradicionalmente, ha venido reivindicando-, como también “las vidas perdidas en Israel”. Se apreciaba asimismo un cambio en lo que concernía a la forma de presentar sus opiniones sobre Israel, que la autora atribuía ahora, de manera más hermenéutica y, por tanto, menos dogmática, a una concreta “interpretación” de los hechos: aquella que entendía que “Gaza está bajo ocupación”. Ahora bien, dado que era así como ella misma enmarcaba o interpretaba los hechos, acusando de esa “ocupación” a Israel y no a Hamás, no puede extrañar que tampoco en este artículo dijera nada acerca de las motivaciones ideológicas del yihadismo palestino, explayándose, en cambio, a la hora de “comprender” (justificar) lo ocurrido en el marco del “apartheid” y el “dominio colonial”, que, en tesis esta sí compartida con el Comité de Solidaridad con Palestina de Harvard (y con el BDS), seguía atribuyendo a Israel. No habían pasado, además, ni veinte días desde la masacre cuando Butler defraudó las expectativas generadas y volvió a centrarse solo y exclusivamente en las “vidas palestinas”, acusando a Israel de estar cometiendo un “genocidio” y sin mencionar ni una sola vez los miles de cohetes que Hamás había seguido lanzando a diario contra las ciudades israelíes.[20] Más recientes y cuestionables todavía han sido sus declaraciones sobre las violaciones de mujeres por parte de Hamás, de las que habría exigido documentación fiable a Israel, poniendo así en cuestión el testimonio oral de las víctimas y testigos.[21]
No parece, pues, que los atentados del 7 de octubre hayan provocado una metamorfosis en el radical antisionismo o antiisraelismo de la autora, a quien hay más bien muchas razones para seguir considerando una de las más esforzadas valedoras de la organización terrorista y antisemita Hamás.
[1] Este artículo ha aparecido previamente en: Cuadernos de pensamiento político, n. 82, 2024, pp. 55-65. https://fundacionfaes.org/cuadernos-faes-de-pensamiento-politico-82/. Doy las gracias a su director, José Manuel de Torres, por la amabilidad con que ha autorizado su reproducción.
[2] V. Máriam Martínez-Bascuñán, “Palestina y el pensamiento encarnado”, El País, 3-12-2023. https://elpais.com/opinion/2023-12-03/palestina-y-el-pensamiento-encarnado.html (21-12-2023).
[3] De este atentado, cometido en marzo de 2002, fue responsable la célula de Nablús-Tulkarem. Un terrorista suicida de Hamás, de nombre Abdel Aziz Basset Odeh, se disfrazó de mujer y entró en el comedor del Park Hotel de Netanya, donde unas doscientas cincuenta personas, casi todas de elevada edad -y entre las que se encontraba una superviviente del Holocausto- celebraban la primera noche de la Pascua hebrea. Hubo treinta muertos y ciento cincuenta heridos (v. Matthew Lewitt, Hamás. Política, beneficencia y terrorismo al servicio de la Yihad, Barcelona, Belacqva, 2007, p. 17).
[4] Reproduzco aquí el texto original, en inglés, de sus declaraciones, tal como se encuentran transcritas en la web del ISGAP: “Yes, understanding Hamas, Hezbollah as social movements that are progressive, that are on the Left, that are part of a global Left, is extremely important. That does not stop us from being critical of certain dimensions of both movements. It doesn’t stop those of us who are interested in non-violent politics from raising the question of whether there are other options besides violence. So again, a critical, important engagement. I mean, I certainly think it should be entered into the conversation on the Left. I similarly think boycotts and divestment procedures are, again, an essential component of any resistance movement” (The Institute for the Study of Global Antisemitisme & Policy, (https://isgap.org/post/2023/10/Judith-butler-and-the-normalization-of-hamas-and-hezbollah-within-progressive-social-movements/) (18-10-2023).
[5] “Respuesta de Judith Butler al ataque”: https://www.herramienta.com.ar/sobre-elconflicto-palestina-israel-declaracion-de-judith-butler (22-3-2024).
[6] Daniel Silver fue, en efecto, el rabino principal de la sinagoga de Cleveland entre 1963 y 1996, año de su fallecimiento. Doctor por la Universidad de Chicago, fue también profesor adjunto de religión en la Universidad Case Western Reserve, expresidente de la Fundación Nacional para la Cultura Judía y autor de libros como Maimonidean Criticism and the Maimonidean Controversy, The History of Judaism, Images of Moses, etc. https://www.nytimes.com/1989/12/21/obituaries/daniel-j-silver-61-rabbi-and-an-author.html (23-1-2024).
[7] Entre comillas porque, cuando Butler habla de “ocupación”, no queda claro si se refiere solo a los territorios ocupados en 1967 o al entero Estado de Israel. No obstante, dada su rotunda oposición al “sionismo” y su confesada preferencia por la “cohabitación” de los dos pueblos en un estado único (la llamada solución binacional), habría que inclinarse más bien por lo segundo (v. Judith Butler, “¿El judaísmo es sionismo?”, en E. Mendieta y J. Vanantwerpen, eds., El poder de la religión en la esfera pública, Madrid, Trotta, 2011, pp. 69-86).
[8] Judith Butler, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Barcelona, Paidós, 2010.
[9] Llamo la atención sobre el hecho de que Butler considerase antiimperialista a un movimiento cuya aspiración última es extenderse por todo el mundo. En palabras de Khaled Mashal, jefe del aparato político de Hamás desde 2004, su organización no sería meramente “local”, sino “la vanguardia de un proyecto nacional, cuya ambición se hace extensiva al mundo árabe, islámico e internacional” (cit. en Matthew Lewitt, Hamás…, p. 24).
[10] La supuesta diferencia con el BDS no sería, en realidad, tal, puesto que el propio fundador del movimiento habría defendido la misma idea, la del boicot a las instituciones, no a los individuos. Véase: Omar Barghouti, “The Cultural Boycott: Israel vs. South Africa” (https://hyperallergic.com/212014/the-cultural-boycott-israel-vs-south-africa%E2%80%A8/) (Consulta: 27-12-2023). Esto no obsta para que los boicots del BDS se dirijan también contra individuos: baste recordar el caso del cantante judío-estadounidense Matisyahu, al que en 2015 se impidió actuar en el Festival Rototom Sunsplash de Valencia, tal como en estos momentos se pretende hacer también con la cantante Noa y con el grupo Mayumaná (https://www.larazon.es/cultura/musica/colectivos-izquierda-piden-cancelacion-conciertos-israelies-mayumana-noa_202404186620d6c3c0b95c0001025e45.html)
[11] Sobre el BDS me limito a recordar que Alemania, el país que mejor sabe y recuerda en qué consiste el antisemitismo, lo considera una organización antisemita, algo en lo que ya ha sido secundado por otros países como Estados Unidos. Existe, además, un consenso académico que reconoce cierto discurso antiisraelí y cierta narrativa antisionista como la forma más actual del antisemitismo, entendiendo aquí por este término “judeofobia” u hostilidad contra los judíos, pero cuyas motivaciones y justificaciones no son ya raciales, como en el nazismo, sino políticas.
[12] Esto es, en efecto, lo que se afirma en el artículo 6: “El Movimiento de Resistencia Islámica es un singular movimiento palestino, cuya fidelidad es a Alá, y su forma de vida es el Islam. Éste hace todo lo posible para izar la bandera de Alá en cada centímetro de Palestina” (la Carta se citará aquí, en todos los casos, por el documento disponible en https://embassies.gov.il) (27-12-2023). No obstante, el texto completo de la Carta puede leerse, en traducción inglesa, en el siguiente enlace: https://avalon.law.yale.edu/20th_century/hamas.asp (14-5-2024). Agradezco a Alejandro Kaufman la información sobre la existencia de esta versión completa en el marco del Proyecto Avalon de la Yale Law School.
[13] Puede verse a este respecto mi trabajo: S. Wahnón, “El nuevo antisemitismo”, Cuadernos de pensamiento político, abril 2005, pp. 77-91. Para quien desee informarse más a fondo sobre las diversas modalidades del antisemitismo de procedencia islamista y sobre sus ramificaciones en la izquierda occidental, remito a cualquiera de los trabajos de Pierre-André Taguieff: La nueva judeofobia, Barcelona, Gedisa, 2003; Prêcheurs de haine. Traversée de la judéophobie planétaire, Paris, Mille et Une nuits, 2004; Judéophobie. La dernière vague, Paris, Fayard, 2008.
[14] Sobre el papel que este libelo antisemita del siglo XIX ha desempeñado en la constitución del nuevo antisemitismo, véase: Pierre-André Taguieff, “Invention et réinvention du mythe des ‘Sages de Sion’. De la ‘conspiration juive internationale’ au ‘complot sioniste mondial’”, en Prêcheurs de haine, pp. 615-817.
[15] “Respuesta de Judith Butler al ataque”, p. 4.
[16] Hannah Arendt, “Salvar la patria judía. Todavía se está a tiempo”, en Una revisión de la historia judía y otros ensayos, Barcelona, Paidós, 2005, p. 78.
[17] Hannah Arendt, “¿Paz o armisticio en Oriente Próximo?”, en Una revisión de la historia judía, op, cit., p. 96.
[18] “Salvar la patria judía”, p. 89.
[19] Judith Butler, “Los alcances del duelo”, https://nuso.org/articulo/el-alcance-del-duel/ (17-1-2024).
[20] Judith Butler, “Las vidas palestinas también importan: como persona judía y experta en filosofía, Judith Butler repudia el ‘genocidio’ en Gaza”, Democracy Now, 26-10-2023, https://www.democracynow.org/es/2023/10/26/judith_butler_ceasefire_gaza_israel (18-1-2024).
[21] https://www.cambio16.com/el-doble-raserode-judith-butler-con-el-feminismo/
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