En este manifiesto político-cultural, el autor esboza un programa de acción de diez puntos ante la encrucijada contemporánea que Israel y el pueblo judío están atravesando, por el cual el margen de la idea de hogar está cediendo a la idea del mero refugio
Jorge Iacobsohn
1. Contra la normalización del antisemitismo
Vivimos un tiempo en el que el antisemitismo vuelve a ser un hábito cultural. Se expresa en ataques físicos, en hostigamiento simbólico, en exclusiones institucionales y, en su forma extrema, en asesinatos. Su rasgo distintivo es la atribución colectiva de una culpa esencial: judíos e israelíes son interpelados no por lo que hacen, sino por lo que son.
Esta dinámica no es nueva. Forma parte de una iteración histórica que generaciones anteriores ya conocieron. En ella, los argumentos pierden eficacia, los matices son desechados y la defensa se vuelve sospechosa. Lo que se exige no es diálogo, sino confesión, como quien se siente obligado ante un verdugo: la aceptación pública de una culpa ontológica como condición para una tolerancia siempre frágil y reversible. La circulación mediática de voces judías que renuncian a su propia dignidad con la esperanza de ser aceptadas ilustra hasta qué punto esta lógica ha penetrado el espacio público contemporáneo. Es un escenario tristemente familiar.
2. Momento de retomar un diagnóstico histórico
Situaciones semejantes dieron origen, en el pasado, tanto al pensamiento sionista como a textos fundamentales de la modernidad judía, como Autoemancipación de Leo Pinsker o Altneuland de Theodor Herzl. El diagnóstico era claro: el judío no encontraba un lugar estable en Europa, ni como asimilado ni como disidente; ni como pobre ni como rico; ni como conservador ni como revolucionario. Su presencia era percibida como una anomalía a corregir o a erradicar. En ese diagnóstico, la construcción de un hogar judío fue la profecía que construyó la solución.
Recordar este diagnóstico no implica anclarse en el pasado, sino comprender que ciertas lógicas de exclusión, aunque muten de lenguaje, conservan su estructura profunda y continúan hoy día, incluso habiendo construido el hogar nacional judío. Nuestra tarea consiste en revisar ese pasado para encontrar similitudes y diferencias con nuestro presente ya que sus similitudes con el pasado dificultan imaginar soluciones creativas y nuevas al problema.
3. Resistir la domesticación como exigencia política
Hoy, distintas corrientes ideológicas —desde el islamismo político hasta sectores de la derecha identitaria y de una izquierda radicalizada— convergen en una exigencia común: la domesticación del judío colectivo. Esta domesticación adopta una forma política concreta: la deslegitimación del Estado judío y la exigencia de su renuncia identitaria.
Israel es presentado como una entidad nacida de un “pecado original” —el colonialismo, la usurpación— y, por lo tanto, como una anomalía histórica cuya corrección se vuelve un imperativo moral. Esta narrativa no solo cuestiona políticas concretas, sino la legitimidad misma de la autodeterminación judía.
4. Sustraer al sionismo de su caricaturización
Buena parte del discurso contemporáneo sobre colonialismo ha terminado por cristalizar esta visión en esquemas simplificados, donde la historia judía desaparece y el sionismo queda reducido a una caricatura. Sin desconocer la complejidad del conflicto ni el sufrimiento palestino, esta reducción impide comprender al sionismo como lo que fue y sigue siendo para muchos judíos: una respuesta histórica a una vulnerabilidad persistente.
La crítica legítima se transforma así en negación ontológica, y el debate político en exclusión moral. Necesitamos conceptos nuevos que enfrenten ese empantanamiento moral sin convertirnos en reflejos reactivos de esta deshumanización que nos acorrala.
5. De la deslegitimación a la amenaza: la necesidad de autodefensa
Cuando la domesticación no resulta viable, la deslegitimación se transforma en amenaza. Los ataques contra judíos en distintos lugares del mundo, el aislamiento creciente de símbolos e instituciones judías e israelíes, y la naturalización de una retórica que justifica la violencia en nombre de causas supuestamente emancipadoras dan cuenta de este pasaje.
Se trata de fenómenos distintos entre sí, pero unidos por una misma lógica de exclusión, que convierte la identidad judía en un problema a gestionar o a erradicar. La autodefensa judía, física y discursiva, debe enfrentar ese escenario, tanto en la diáspora como en Israel.
6. El límite del refugio: a construir el hogar
Durante décadas, la existencia de Israel logró, en parte, acotar el problema antisemita al plano regional. Hoy asistimos a su reexpansión en amplios sectores de Occidente. En este contexto, resulta evidente que disponer de un refugio armado —con ejército, tecnología y capacidad defensiva— ya no es suficiente.
Un refugio protege; un hogar, en cambio, requiere legitimidad, arraigo y sentido compartido. Sin esa dimensión, incluso la fortaleza material se vuelve precaria.
7. La fragilidad de las soluciones impuestas
La presión internacional para imponer soluciones políticas rápidas, como la solución de dos estados, invita a imaginar escenarios que merecen ser pensados con responsabilidad. Incluso si se alcanzaran acuerdos formales y reconocimientos mutuos, la experiencia histórica enseña que la creación de soberanías no garantiza por sí sola el fin de los conflictos.
En un clima global de fuerte deslegitimación de Israel, cualquier respuesta a una escalada militar iniciada por un nuevo estado palestino podría ser reinterpretada como agresión unilateral de Israel, independientemente de los hechos. Esta asimetría narrativa constituye, en sí misma, un riesgo estratégico y moral que no dejaría más a Israel la posibilidad de defenderse.
8. Ni renuncia ni tutela: el lugar de Israel en las naciones
Frente a este panorama, la dirigencia israelí parece tentada a delegar su soberanía a una fracción del poder estadounidense, poniendo en riesgo su autodeterminación. Ni la renuncia al propio hogar nacional ni su degradación a una soberanía tutelada aparecen como opciones viables. Tampoco basta con confiar exclusivamente en alianzas políticas externas, especialmente cuando muchas de ellas están condicionadas por dinámicas internas volátiles y, en la actualidad, cada vez más hostiles a la continuidad de la vida judía plena en esos países.
La dependencia permanente erosiona la autonomía y debilita el sentido de hogar. El desafío contemporáneo es repensar el sentido de la integración de Israel como estado en el concierto de las naciones.
9. Reflexión, una tarea compartida entre Israel y la diáspora
Este manifiesto propone abrir un proceso de reflexión política y cultural compartida entre Israel y la diáspora. Las fracturas internas de Israel reflejan, en parte, tensiones más amplias que atraviesan a las naciones en la actualidad. Esas tensiones debilitan la resiliencia de Israel como democracia, y por ende incapacita al estado judío como un hogar digno de convivencia, libre y tolerante.
Pensar juntos nuestro destino colectivo en Israel y la diáspora no es un gesto simbólico, sino una necesidad histórica.
10. Reimaginar los conceptos políticos
Conceptos como Estado, soberanía, identidad, pluralismo, democracia y política necesitan ser revisitados, ya que a la luz de los problemas contemporáneos signados por el populismo, el autoritarismo, y la reclusión identitaria, estamos huérfanos de herramientas tanto teóricas como práctico-institucionales que permitan un modelo de convivencia pacífica y tolerante.
Los desafíos que enfrentamos no son exclusivos del pueblo judío, pero en nuestra historia resuenan con especial intensidad. Por eso, nuestro presente frágil vuelve a funcionar como una caja de resonancia temprana de los problemas que luego se extienden al resto de la sociedad.
Escuchar esa resonancia exige algo más que delegación en líderes circunstanciales o expertos aislados. Exige participación, pensamiento crítico y la voluntad de imaginar un futuro en el que Israel no sea solo un refugio necesario, sino un hogar digno, inclusivo y plenamente asumido.


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